Desde que asumió, Donald Trump generó más de una decena de conflictos diplomáticos. México, Irán, Yemen, Siria, Irak, Libia, Somalia, Sudán, China, Australia y Palestina fueron algunos de los blancos de sus dardos. Pero aún no se animó a atacar desde el Salón Oval a Francisco, quien lo cuestionó en la campaña sin mencionarlo. El Papa es uno de sus adversarios ideológicos y morales más influyentes y poderosos de la escena internacional.
Goza de una alta popularidad en los Estados Unidos y su voz es escuchada, tanto por sus seguidores como por sus detractores, muchos de los cuales son cercanos al presidente Trump.
Los dos están ante una encrucijada: firman la paz o se declaran la guerra. La suerte de esa relación bilateral se decidirá el próximo 26 de mayo, cuando el republicano visite Italia para participar de la cumbre del G7, en Taormina, Sicilia. Si bien la Casa Blanca aún no anunció si habrá un encuentro ni nombró a su embajador ante la Santa Sede, los medios de comunicación a uno y otro lado del Atlántico vaticinan un tête à tête. “Creo que Trump se reunirá con Francisco cuando venga a Roma, en mayo. Su elección contó con el apoyo de evangélicos y católicos conservadores y no querrá hacerle un desplante al Papa. Del lado del Vaticano, nunca se rehusarán a una audiencia con el presidente norteamericano, porque valoran su estatus diplomático en la escena mundial”, explicó a PERFIL el vaticanista norteamericano John Allen Jr.
Los últimos presidentes que visitaron Italia, George W. Bush y Barack Obama, hicieron escala en el Vaticano para dialogar con Juan Pablo II y Benedicto XVI. Un encuentro con Francisco puede ser una oportunidad para un guiño de Trump a los católicos en Estados Unidos, al tiempo que serviría como un “lifting” a su alicaída imagen internacional.
Paralelismo. Allen Jr. calificó a los dos como “populistas que interpelan a sus audiencias a oponerse al statu quo”. Ambos alcanzaron la cúspide del poder de forma imprevista, siendo outsiders de Washington y Roma, respectivamente.
Pero también tienen profundas diferencias. “No creo que sean rivales. Dudo de que cada uno pierda tiempo pensando en el otro. Francisco es un pastor, no un político, por lo que tienen roles diferentes”, explicó a este diario. “Les hablan a sectores ideológicos distintos. Trump se convirtió en el rostro del populismo de derecha y del nacionalismo. El Papa, en la voz de los pobres y oprimidos”, agregó.
Roces. Si Trump esquivase a Jorge Bergoglio, sería una declaración pública de hostilidades, que fueron expresadas de forma implícita por ambos en los últimos meses. El Papa alertó sobre el peligro en momentos de crisis de buscar “un salvador” que defienda a sus sociedades con muros. Pero también pidió “esperar a ver qué hace” Trump, quien había descalificado durante la campaña por no tender puentes. “Que un líder religioso cuestione la fe de alguien es vergonzoso”, le respondió por ese entonces Trump.
Su jefe de estrategia, el supremacista blanco Steve Bannon, es un estrecho aliado del cardenal ultraconservador Raymond Burke, líder de la rebelión en el Vaticano contra el Papa. “Se sientan almas gemelas”, confió a The New York Times Benjamin Harnwell, fundador del Instituto Dignidad Humana y celestino de aquella amistad. Bannon incluso calificó al Sumo Pontífice como “marxista” y “socialista”, dos malas palabras en la política estadounidense.
Ambos están enfrentados en temas claves de su agenda, como la inmigración, el cambio climático y la economía. Sin embargo, aún no quebraron lanzas en público. “No creo que haya fuegos de artificio, ya que las dos partes tienen fuertes incentivos para que el encuentro sea percibido como cordial”, opinó Allen. Si se reúnen, podrían firmar la paz. Si, en cambio, Trump elude la visita, su gesto será interpretado como una declaración de guerra al argentino más influyente en la escena internacional.
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